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el tokay, usted sabe...» De rodillas al lado de la cama, Horacio miró mejor.
«Imagínese desde Montevideo», decía la Maga. «Uno cree que la humanidad es
una sola cosa, pero cuando se vive del lado del Cerro... ¿El tokay es un
pájaro?» «Bueno, en cierto modo.» La reacción natural, en esos casos. A ver:
primero... («¿Qué quiere decir en cierto modo? ¿Es un pájaro o no es un
pájaro?») Pero no había más que pasar un dedo por los labios, la falta de
respuesta. «Me he permitido una figura poco original, Lucía. En todo buen
vino duerme un pájaro.» La respiración artificial, una idiotez. Otra idiotez,
que le temblaran en esa forma las manos, estaba descalzo y con la ropa mojada
(habría que friccionarlo con alcohol, a lo mejor obrando enérgicamente). «Un
soir, l âme du vin chantait dans les bouteilles», escandía Ossip. «Ya
Anacreonte, creo...» Y se podía casi palpar el silencio resentido de la Maga,
su nota mental: Anacreonte, autor griego jamás leído. Todos lo conocen menos
yo. ¿Y de quién sería ese verso, un soir, l âme du vin? La mano de Horacio se
deslizó entre las sábanas, le costaba un esfuerzo terrible tocar el diminuto
vientre de Rocamadour, los muslos fríos, más arriba parecía haber como un
resto de calor pero no, estaba tan frío. «Calzar en el molde», pensó Horacio.
«Gritar, encender la luz, armar la de mil demonios normal y obligatoria. ¿Por
qué?» Pero a lo mejor, todavía... «Entonces quiere decir que este instinto no
me sirve de nada, esto que estoy sabiendo desde abajo. Si pego el grito es de
nuevo Berthe Trépat, de nuevo la estúpida tentativa, la lástima. Calzar en el
guante, hacer lo que debe hacerse en esos casos. Ah, no, basta. ¿Para qué
encender la luz y gritar si sé que no sirve para nada? Comediante, perfecto
cabrón comediante. Lo más que se puede hacer es...» Se oía el tintinear del
vaso de Gregorovius contra la botella de caña. «Sí, se parece muchísimo al
barack.» Con un Gauloise en la boca, frotó un fósforo mirando fijamente. «Lo
vas a despertar», dijo la Maga, que estaba cambiando la yerba. Horacio sopló
brutalmente el fósforo. Es un hecho conocido que si las pupilas, sometidas a
un rayo luminoso, etc. Quod erat demostrandum. «Como el barack, pero un poco
menos perfumado», decía Ossip.
El viejo está golpeando otra vez dijo la Maga. Debe ser un postigo
dijo Gregorovius.
En esta casa no hay postigos. Se ha vuelto loco, seguro. Oliveira se
calzó las zapatillas y volvió al sillón. El mate estaba estupendo, caliente y
muy amargo. Arriba golpearon dos veces, sin mucha fuerza.
Está matando las cucarachas propuso Gregorovius.
No, se ha quedado con sangre en el ojo y no quiere dejarnos dormir. Subí
a decirle algo, Horacio.
Subí vos dijo Oliveira . No sé por qué, pero a vos te tiene más miedo
que a mí. Por lo menos no saca a relucir la xenofobia, el apartheid y otras
segregaciones.
Si subo le voy a decir tantas cosas que va a llamar a la policía.
Llueve demasiado. Trabajátelo por el lado moral, elogiale las
decoraciones de la puerta. Aludí a tus sentimientos de madre, esas cosas.
Andá, haceme caso.
Tengo tan pocas ganas dijo la Maga.
Andá, linda dijo Oliveira en voz baja.
¿Pero por qué querés que vaya yo?
Por darme el gusto. Vas a ver que la termina. Golpearon dos veces, y
después una vez. La Maga se levantó y salió de la pieza. Horacio la siguió, y
cuando oyó que subía la escalera encendió la luz y miró a Gregorovius. Con un
dedo le mostró la cama. Al cabo de un minuto apagó la luz mientras
Gregorovius volvía al sillón.
Es increíble dijo Ossip, agarrando la botella de caña en la oscuridad.
Por supuesto. Increíble, ineluctable, todo eso. Nada de necrologías,
viejo. En esta pieza ha bastado que yo me fuera un día para que pasaran las
cosas más extremas. En fin, lo uno servirá de consuelo para lo otro.
No entiendo dijo Gregorovius.
Me entendés macanudamente bien. Ça va, ça va. No te podés imaginar lo
poco que me importa.
Gregorovius se daba cuenta de que Oliveira lo estaba tuteando, y que eso
cambiaba las cosas, como si todavía se pudiera... Dijo algo sobre la cruz
roja, las farmacias de turno.
Hacé lo que quieras, a mí me da lo mismo dijo Oliveira . Lo que es
hoy... Qué día, hermano.
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Si hubiera podido tirarse en la cama, quedarse dormido por un par de años.
«Gallina», pensó. Gregorovius se había contagiado de su inmovilidad, encendía
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